terminó el año.
tenía tanto para decir, para balancear, para concluir. pero estoy aprendiendo a no usar tantas palabras. simplemente a vibrar lo que me pasa en el pecho.
y lo único que tengo para decir es GRACIAS.
nunca creí que a los 33 años se podía descubrir una sensación nueva. experimentar una profunda, noble, intensísima e inconmensurable gratitud. no es un concepto. es un temblor en el pecho que da calor, que vibra, que cuando se pone más fuerte me hace brotar agua en los ojos. que me agita la respiración. mucho. que me llega hasta la cara y me hace sonreir. o hasta reir.
y que todo el tiempo desde que comienzo a experimentarla, en mi mente retumba esa palabra: GRACIAS. GRACIAS. GRACIAS. GRACIAS. que me hace pensar en mis amigos, mis nuevos amigos, mis días sola, las lágrimas, los brindis, los ataques de risa, las canciones cantadas a gritos, los dibujos, las horas de computadora, las noches de oscuridad, las manos enterradas en macetas, el perfume a pan casero de la cocina, las siestas al lado de thai, los paseos en bici, las dudas, los miedos, las certezas, las coincidencias, las lealtades, las complicidades, los encabronamientos, las decisiones, las apuestas, los orgasmos, las canciones bailadas, las horas de terapia, el pasto bajo los pies, los encuentros, los mantras, las pinturas, los museos, los viajes, los libros leídos y los libros por leer, las palabras recibidas y las dadas, las historias que escuché, que conté, los amores que no fueron amores, los regalos, las mentiras y los vinos.
después de todo, la vida es esto.